miércoles, 24 de enero de 2018

Sin Amor

Del director Andrey Zvyagintsev habíamos visto Leviathan, que nos dejó una huella profunda. También es el director de Elena o El Regreso. Tiene 26 años, una edad que permite entrever que todavía puede plantearse metas aún más altas. Deduzco que se trata de un cineasta con un futuro muy prometedor. Por sus preocupaciones y por la finura con que trata los contenidos de sus películas, me llevan a emparentarlo con un congénere americano, en concreto, con Todd Haynes. Ambos tienen una predilección especial por los seres heridos, por las situaciones socialmente complejas o muy matizadas, por las consecuencias que estos seres heridos generan en otras personas, especialmente si son inocentes. Y por cómo ellos, a su vez, puesto que también fueron inocentes, recibieron heridas por parte de otras personas. Es decir, estamos hablando de directores seriamente preocupados por la sociedad en la que viven, por cómo los individuos sufren las consecuencias derivadas de determinados tratos recibidos y por cómo se las ingenian para superarse y sobrevivir dignamente.

En el caso de Sin Amor nos encontramos con un drama familiar, la pérdida de un hijo, cuyo paradero desconocido sirve como telón de fondo para poner de relieve un universo en el que un hombre y una mujer, los padres de la criatura, muestran sus viejas discordias. Se trata de un drama muy crudo, de gran violencia, aunque muy realista. Andrey Zvyagintsev se sirve de este drama para poner sobre la mesa los cambios habidos en la sociedad rusa a lo largo de las últimas décadas. En concreto, la figura capital es la mujer, la madre del niño perdido, a la cual disecciona en profundidad. También disecciona a otras mujeres, y a los hombres en general, y a los vínculos entre ellos y ellas. Es como si nuestro cineasta tuviera en sus finas manos un bisturí con el que va separando los tejidos dolorosos, para ponérnoslos ante nuestra vista, para que los comprendamos. Es en realidad un retrato de la sociedad en dolorosa transformación, la que pasa del comunismo al capitalismo rampante posterior al crash que experimentó la Unión Soviética justo después de la caída del muro de Berlín. Sin embargo, no es Sin Amor una película política, ni de denuncia. Simplemente expone una situación, con todos sus ángulos, sus matices. Una gran película en la que todo brilla: el guión, la dirección, la actuación, el desenlace, todo.

Debo decir que la gran virtud de Sin Amor es la crudeza, por un lado, y la gran belleza que transmite (sin que una cosa reste a la otra). Salvo alguna exageración inicial, necesaria para que nos situemos, es Sin Amor una obra de arte de principio a fin. Lo llamativo, sin embargo, está en el desenlace, que a la vez nos sorprende y compunge, pero que luego nos parece de una lógica brutal. Paradojas de la historia que nos cuenta. 

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